Usé el dedo índice un viernes por la mañana para señalarte pájaros, el árbol de higos en la casa de a lado y mi lunar izquierdo. Sin que te dieras cuenta también lo usé para picarte el ombligo, que me absorbió para poder conocerte desde dentro. Ahí en lo más profundo, me encontré con un páramo desierto, frío y seco, lleno de paja tan áspera y tan muda, que me dolieron tanto que tuve que salir de ahí.
No me avergüenza tener cinco dedos blancos, sin cicatrices, suaves y a veces perfumados para empalmar con tus cinco dedos ásperos, lastimados y con olor a monedas.
Me avergüenza, y eso lo digo mirándome los zapatos, conservarte intacto, en un frasco limpio de cristal en el fondo de mi pulmón más grande y lleno de aire, porque desde ahí sigues sin saber qué es tiempo
No me avergüenza tener cinco dedos blancos, sin cicatrices, suaves y a veces perfumados para empalmar con tus cinco dedos ásperos, lastimados y con olor a monedas.
Me avergüenza, y eso lo digo mirándome los zapatos, conservarte intacto, en un frasco limpio de cristal en el fondo de mi pulmón más grande y lleno de aire, porque desde ahí sigues sin saber qué es tiempo
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